
Viajando despacio
Tomo prestado el título de un podcast que últimamente escucho cada vez con más interés. No solo habla de bicis y de viajes, habla sobre todo del proceso que nos lleva a las personas a tomar la decisión de cambiar nuestros hábitos en cuestiones de movilidad.
Este texto no está basado en el rigor científico de los datos de estudios de movilidad, tampoco tiene un análisis pormenorizado de por qué en tal o cual ciudad hay un mayor o menor uso de la bicicleta como medio de transporte, y creo que tampoco pretende convencer a nadie sobre los beneficios para la salud individual, la salud pública y la salud global que supone la bici.
He querido hablar de la experiencia de un tipo, a punto de cumplir los 40, padre de Diego (7 años) y Víctor (3 años), que cada día recorre 10 km de ida, sobre todo cuesta arriba, y después otros 10 km de vuelta, casi todo cuesta abajo. Llevo una bici gravel (mezcla de montaña y carretera), con una silla infantil de quita y pon fácil. Al escribir esta reflexión, según la app que tengo para medir los registros, en lo que llevamos de 2022 he recorrido 4.150 km (y alguno más, ya que de vez en cuando me falla el registro).
En los 10 años que llevo dando pedales por Madrid cuando cuento que yo me desplazo siempre o casi siempre en mi bici, tengo que justificar el por qué hago tal acto de rebeldía.
Autor:
Nacho Peña Ruiz
BICI Y NIÑAS/OS EN LA CIUDAD
Si a la ecuación de bici y ciudad le sumamos la variable niñas/os, las caras dejan de ser de asombro para convertirse en “¿cómo te atreves?”.
De casa al cole tenemos algo más de 1 km. Distancia perfecta para que cada mañana la rutina sea la de ponerse el casco, encender las luces, estar atento a tal o cual señal, saludar a la colonia de gatos que vemos, quejarnos de los baches del camino, señalizar los giros y aparcar en el aparcabicis de neumáticos de colores que el cole ha puesto dentro del patio. Va a sonar un poco arrogante, pero creo que mis hijos llegan al cole más felices que esos niños o niñas que son lanzados casi a la carrera por el adulto que conduce el coche. Las prisas de parar en doble fila, “solo es un minuto” se repiten día tras día, curso tras curso… En nuestro caso, la despedida es tranquila, deseándonos que el día vaya bien, besos y para dentro.
Y los viernes, el BiciBús. La marcha grupal de familias, que arranca de una plaza desde la que hacemos barrio, que tiene una parada en la que se suben quienes todavía no pedalean y usan bicis de balanceo o patinetes, y que termina en la puerta del cole, no sin antes hacerse oír con el clásico “OLE OLE OLE, VOY EN BICI AL COLE…”.
El BiciBús se ha ido convirtiendo en esa experiencia que poco a poco va generando autonomía y responsabilidad en los chavales que cada viernes se suben a él. Durante unos minutos ocupamos la calle, ese espacio que solo en contadísimas ocasiones no está invadido por coches, coches que están parados más del 80% del tiempo. Recomiendo la experiencia del BiciBús como modelo de acceso a los centros educativos creando conciencia de que el cambio es posible y, en nuestro caso, se convierte en realidad una vez por semana.

ALFORJAS Y PEDALES
Una vez al año me organizo para irme con las alforjas, tres o cuatro días de ruta. Es una especie de terapia, de tener un tiempo donde estás solo pedaleando por la llanura de la Siberia extremeña, los campos de Castilla, por la Alcarria o entre naranjos de La Safor.
Desde el año 2017 pedaleo cada verano con el objetivo de ir desde la puerta de mi casa en Madrid hasta la puerta de la casa en la que nació mi padre (Valdeande – Burgos), en la que nació mi madre (Cabeza del Buey – Badajoz), las casas en las que he vivido (Gandía – Valencia; Bilbao – Bizkaia) o la más reciente, el piso que mi hermana y yo tenemos en Sanlúcar de Barrameda – Cádiz). Son viajes que he hecho varias decenas o incluso centenas de veces en coche, en tren, en bus, pero tenía la necesidad de hacerlos en bicicleta. Viajes con una carga sentimental muy grande. Viajes que han tenido un efecto sanador.
El reto de recorrer distancias largas, cargando con el peso de uno, que no es poco, más la parrilla, más las alforjas y los enseres que uno mete en ellas. El acertar con la carga exacta suele ser lo más complicado, que no te falte de nada, pero ojito con lo que sobra, porque lo vas a tener que ir cargando durante kilómetros y kilómetros. No deja de ser una buena metáfora de la propia vida. Y la planificación del viaje en sí. Buscar las carreteras por las que planeas ir, marcar los posibles puntos de descanso, la distancia que planeas recorrer cada día…
De alguna forma cada uno de estos viajes es ir un paso más allá al del año anterior. Más distancia, más desnivel, más días… en mi cabeza está que en algún momento de mi vida tendré que llegar con una bici y unas alforjas a Saraguro, Quevedo, Guayaquil o Quito, ciudades de Ecuador en donde tuve la suerte de vivir.
En los recorridos que he hecho en bici he tenido la motivación extra de intentar imaginar la cara de mis padres (Cristino y María) al verme llegar a los pueblos donde ellos nacieron y de los que ellos emigraron, enseñándome que el migrar está en la propia esencia del ser humano. Ellos no lo han podido ver, pero sirva como pequeño homenaje esta reflexión…
“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”.
Miguel de Cervantes Saavedra.

Autor:
Nacho Peña Ruiz
Politólogo, cooperante, provocador, bebedor de Mahou y del Madrí.
Doy pedales como acto de rebeldía